Diego Boneta es un hombre movido por la generosidad, la pasión y la paciencia inculcados en su familia. No sorprende entonces que Moët & Chandon lo haya elegido como uno de sus embajadores. Porque la maison fundada en los albores de la industria del champagne ha sabido a un tiempo ser fiel a sus raíces y profundamente innovadora. Creadora de procesos artesanales centenarios que observa con minucia y dedicación, Moët ha partido de ese acervo de paciencia para cultivar una inspiración que la ha llevado a posicionar su producto como el champagne líder en el mundo, con etiquetas que responden a las circunstancias y los gustos de todos los públicos. La pasión de Moët & Chandon es compartir magia con el mundo en un espíritu que honra valores como la celebración de la grandeza, la familia, la unión.
Hace unas semanas, Diego visitó Épernay, la ciudad francesa enclavada en la región de Champagne que constituye el corazón de Moët & Chandon. Se alojó en el Château de Saran, propiedad cuya construcción encomendara Jean-Rémy Moët en 1801 y que desde entonces ha venido alojando a huéspedes distinguidos de la maison (como La Reina Madre del Reino Unido, Roger Federer y Scarlett Johansson, entre varios más); visitó los viñedos en el momento en que las uvas están a punto para la vendimia y las cavas que guardan con celo siglos de tradición; y festejó junto con la familia Moët el inicio de la vendimia en una cena creada especialmente por el chef ejecutivo de la maison Marco Fadiga para poner en valor los sabores de las diferentes etiquetas de Moët & Chandon. En este intercambio, Diego nos comparte los momentos y las sensaciones más excepcionales de esa experiencia inolvidable.
Cuéntanos sobre tu experiencia en la maison Moët & Chandon. ¿Qué fue lo que más te sorprendió?
Desde niño me encanta la historia y leer al respecto. Fue así como descubrí a un personaje por el que a la fecha siento una empatía y una admiración a nivel personal: Napoleón Bonaparte. Su valor, su visión , su liderazgo y su tesón siempre me han inspirado.
Estando en Épernay, nuestro guía mencionó que Jean-Rémy Moët había sido muy amigo de Napoleón, y que incluso la etiqueta de Moët Impérial surgió en homenaje a él. Yo les conté de mi admiración por Napoleón, y entonces me sacaron un sombrero, un tricornio como los que siempre le vemos en imágenes de la época… fue una locura. Resulta que ese sombrero, Napoleón se lo regaló a uno de sus capitanes. Años después, Jean-Rémy Moët lo compró como homenaje al recuerdo de su amigo y pasó a formar parte del inventario de la maison. Cuando me lo sacaron no lo quería ni tocar; les decía “No puedo, es sagrado, es histórico”. Pero me insistieron y terminé por tomarme una foto con él. Fue muy bonito porque me sentí parte de esa historia, aunque sea en una medida muy modesta: me hicieron sentir parte de la historia de la familia Moët & Chandon.
Otro momento increíble fue un detalle que tuvo Benoït Gouez, Chef de Cavé de la maison, durante la cata que nos ofreció; sabiendo que nací en el 90 y que me encanta el rosé, (Benoït Gouez) sacó de las cavas una botella de ese año, era una Grand Vintage Rosé 1990, pero, además no cualquiera, sino una magnum. Nunca había probado un champagne tan complejo y Benoît me explicó por qué: además de llevar 30 año madurando, lo viene haciendo en una magnum, que resulta ser es el mejor formato para esto porque, al haber menor proporción de aire, el champagne madura más lento y hay menos oxidación. Definitivamente me marcó el probar algo que tiene mi edad en elaboración en un ambiente tan íntimo con mi familia y amigos de la maison.
Al final del día hubo un coctel donde pudimos vivir de primera mano la magia del Château de Saran, reímos, compartimos historias entre mi familia y nuestros amigos de la maison; pero sin duda lo más irreal fue poder ser parte del ritual emblemático de Moët: la pirámide de cosas ¡Fue tremendamente divertido – y retador – ayudar a llenarla!
Después tuvimos el honor de disfrutar de una cena cocinada por el Chef Ejecutivo de la maison, Marco Fadiga –otro tipazo– que dijo algo lindísimo: que su cocina está al servicio del champagne, que cocina para crear maridajes increíbles y que es un hombre suertudo porque Moët le dio propósito a su cocina. Recuerdo perfecto sus palabras “I am a lucky cook”
¿Qué nos puedes contar del proceso de elaboración de Moët & Chandon?
Es increíble el ambiente que se siente en ese lugar, la seriedad con que se toman todo y, al mismo tiempo, la calidez con que te tratan. Me llevaron a ver las cavas: 28 kilómetros de botellas que te dan una perspectiva de la inmensidad de un proyecto artesanal. Pensar que cada botella tarda más de tres años en hacerse –uno de cosecha, 24 meses de maduración, y otros tres después del degüelle– es algo que te vuela cabeza porque te recuerda que las grandes cosas toman tiempo. Fue un aprendizaje increíble.
También me llevaron a los viñedos, y en la mejor época, cuando está a punto de empezar la vendimia; pude probar las uvas en su punto, entender la importancia de la acidez en la elaboración del champagne, lo complejo del trabajo de un enólogo para imaginar el potencial de la uva. Que además hagan todo eso con procesos sustentables, sin herbicidas, con energía 100 por ciento verde y reciclando el 99 por ciento del agua es algo increíble.
Es muy conmovedor ver un trabajo tan minucioso en un proceso sustentable, artesanal, casi artístico, y saber que toda una región vive de ello: pude sentir el amor de todo el equipo a Épernay y a Moët y eso me hizo entender por qué, en cada cosecha, en cada botella, están dispuestos a darlo todo.
Durante tus días en Épernay, ¿qué lo que más te marcó a nivel personal de Moët & Chandon?
Que fuera una experiencia tan familiar. Por alguna razón imaginamos el mundo del lujo como algo frío e imponente: nada más alejado de lo que pude ver ahí. No sólo me invitaron con todo y mi familia, sino que ese espíritu de compartir marcó toda la visita. Me pasó un poco lo que sucede en los rodajes, me sentí arropado, parte de un todo que se siente unido en torno a un propósito común; pero lo que es muy impresionante es que esa mística es permanente, y se extiende a las relaciones con los vinicultores, con los clientes, con todo mundo.
Me impresionó tanto que no pude más que preguntar de dónde venía esa filosofía y nunca olvidará la respuesta; es una visión de largo plazo, que no se hizo de un día a otro, y que parte de valores que guiaron al propio Jean-Rémy Moët y que se han enriquecido a lo largo de siglos: compartir la magia del champagne con él mundo.
¿Cuál es tu etiqueta Moët & Chandon favorita?
¡Imposible de responder! Me encanta Rosé Impérial, me encanta su frutalidad, la mineralidad y lo “seductor” que es a todos los sentidos. La encuentro muy versátil, perfecta para brindar, celebrar, para comer – cosa que hicimos mucho durante el viaje – es un gran champagne para compartir.
Pero… también soy fan de Ice Impérial, es la expresión de Moët & Chandon más innovadora y audaz que conozco. Al ser creada para tomarse con hielo – esto porque tiene una mayor concentración de olores y sabores en su ensamblaje de uvas – permite que se balancee la experiencia en la copa, entregando una sensación refrescante y con frutalidad, sin perder el estilo de Moët, es algo difícil de explicar hasta que lo pruebas. Además, la historia del producto es increíble, Ice Impérial está inspirada en el hábito de tomar champagne con hielo de Saint-Tropez en los 60s – en ese calor, la gente quería algo más fresco sin perder el glamour y por puro instinto le agregan hielo a la copa. Viendo esto, Benoît, decidió diseñar un champagne que hiciera tributo a este no tan viejo hábito, pero al estilo de la maison y… violà!