“La lista está en el origen de la cultura. Forma parte de la historia del arte y la literatura. ¿Y qué quiere la cultura? Hacer comprensible lo infinito. Quiere poner orden, no siempre, pero sí a menudo. ¿Y cómo nos las arreglamos los seres humanos con el infinito? ¿Cómo comprender lo incomprendible? Mediante listas, catálogos, colecciones en museos, enciclopedias y diccionarios. La lista no destruye la cultura, la crea”. (Umberto Eco, El infinito de las listas)

La fascinación por las listas y el gusto por la enumeración de cosas, personas y fenómenos han acompañado siempre a la historia de la humanidad. A pesar de su aparente sencillez, la figura retórica de la lista rara vez ha sido profundizada por los estudiosos en relación con su potencial narrativo y poético. Umberto Eco, a diferencia de otros, merece el mérito de haber traído al primer plano del debate contemporáneo, una interpretación evocadora de este tópico, reuniendo y analizando en detalle ejemplos que recorren el arte y la literatura: de Homero a Joyce, de Ezequiel a Gadda, pasando por Arcimboldo, Calvino y Moreau.

Según el semiólogo italiano, toda lista oscila entre dos tendencias opuestas y complementarias. Por un lado, es un intento de limitar la extensión infinita de lo existente dentro de un marco significativo. Una forma de poner orden en el caos del universo. Tales intentos de enumeración cumplen principalmente una función práctica, como en la recopilación de bienes testamentarios, inventarios de bibliotecas o archivos de museos. En este caso, la lista, inclinándose ante lo indescriptible, alude vertiginosamente a lo infinito. No pretende domar el caos, sino contemplarlo.

Estas dos dimensiones coexisten a menudo, pactando citas secretas. Como nos recuerda Bernard Sève “la lista pone orden e incita a la dispersión al mismo tiempo; la lista es indiferentemente cerrada y abierta, estática y dinámica, finita e infinita, ordenada y desordenada, sin dejar nunca de ser una lista”. Por esa duplicidad, al ser a la vez instrumento de orden y fuente de desorientación, la lista genera arrebato y aturdimiento.

Más concretamente, Eco menciona “el vértigo de la lista” para evocar esa sensación particular que produce la enumeración tumultuosa, desenfrenada y obsesiva que a menudo se detiene al borde de un etcétera. Ese etcétera crea una suspensión ante algo que potencialmente puede extenderse hasta el infinito, que no puede ser contenido, ni aislado. El vértigo surge, de hecho, del carácter inconcluso de cualquier catalogación posible; radica en la sed de infinito que habita en cualquier cosa finita.

Estas consideraciones me acompañaron durante la preparación de mi primer desfile de Alta Costura. Y me empujaron a imaginar cada vestido único, finito e irrepetible, como un catálogo ininterrumpido y potencialmente infinito de palabras: una lista no gramatical que procede por acumulación y yuxtaposición. Cuarenta y ocho vestidos: cuarenta y ocho listas. 

En cada lista coexisten elementos materiales e inmateriales: proporciones mensurables, hilos emocionales, referencias pictóricas, notas de mercancías, colchas biográficas, olas cinematográficas, geometrías cromáticas, costuras filosóficas, marcas musicales, tramas simbólicos, bordados lingüísticos, fragmentos botánicos, arquetipos visuales, tejidos históricos, intarsias narrativas, nudos relacionales, etcétera.

Como si cada vestido evoca, por asociación, una pluralidad de mundos interconectados: una febril e incesante estratificación de referencias que hace estallar su singularidad. Calvino llamaría a esa lista «un zodíaco de fantasmas»: una poética del etcétera donde cada hilo, cada costura, cada trazo de color se transfigura en una multiplicidad de palabras que trascienden los límites de lo visible. Una constelación de visiones que tiembla y se disuelve en el torbellino de la enumeración.

Cada vestido no es sólo un objeto, es más bien el nudo de una red de significación: una cartografía viva que guarda rastros de recuerdos visuales y simbólicos. Es un archivo narrativo donde combinaciones improbables encuentran la armonía, recuerdos cruzan épocas, culturas y ecos de historias pasadas resuenan en el presente. Es una lista que se despliega en un estallido de combinaciones, recuerdos y ecos hasta el límite de lo expresable. Es el viaje al vértigo de una multiplicidad inacabada.

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